La identidad es la conciencia que una persona tiene de ser
ella misma y distinta a las demás. Negar la identidad propia de un individuo
puede ser nefasto, pero negar la identidad de un pueblo es una tragedia. El
kurdo es un pueblo olvidado y su tierra, el Kurdistán, una territorio repartido
entre 5 países: Turquía, Irán, Irak, Siria y la antigua Unión Soviética, ahora
dentro de las fronteras políticas de Azerbaiyán y Armenia.
Los kurdos suponen el mayor pueblo del mundo sin Estado
propio. Sus orígenes se remontan al imperio Medo hace más de 30 siglos, en un
territorio de 500.000 kilómetros cuadrados que comprende desde los montes Tauro
de la Anatolia oriental, en Turquía, hasta los montes Zagros del oeste iraní y
el norte de Irak. Este subsuelo tiene una de las mayores reservas acuíferas y
petrolíferas de Oriente Medio, algo clave para entender las divisiones
territoriales políticas de Kurdistán, sobre todo a partir de la Primera Guerra
Mundial.
Orígenes del pueblo kurdo
El mundo es un gran caleidoscopio y sólo lo saben los
únicos que se atreven a mirar desde diferentes perspectivas. Las imágenes
cambian dependiendo del lado por donde miramos pero los objetos que las
componen son siempre los mismos. La verdad es el objeto, nunca la imagen.
Las leyendas mitológicas, las religiones e incluso la
historia son las imágenes que disponemos para acercarnos a la realidad,
imágenes que muchas veces parecen contradecirse. Acercarse a la esencia, es
decir, al orígen de las cosas, es problemático porque siempre nos faltarán
piezas. Es como sumergirse en el mar y bucear hacia las profundidades: unos
descubren un barco hundido, otros encuentran especies marinas de millones de
años, otros quizá un tesoro escondido... pero nunca disponen de la imagen
completa del fondo del océano. Sólo el conjunto de imágenes arroja alguna luz
sobre el objeto de estudio.
Los kurdos y su historia es el producto final de miles de
años de evolución continua, así como de asimilación de las ideas de nuevos
pueblos que se establecieron alguna vez en Kurdistán. Se desconocen los
principios de su historia pero gracias a los hallazgos arqueológicos sabemos
que fue precisamente en Kurdistán donde el hombre dio sus primeros pasos hacia
el desarrollo de la agricultura, la domesticación de los animales, el
mantenimiento de registros, el desarrollo del tejido, al alfarería, la
metalurgia y la urbanización, entre 12.000 y 8.000 años atrás.
La evidencia más antigua de una cultura unificada y
distinta que habitaba las montañas kurdas es la cultura Halaf, cuyas
características se han observado en el yacimiento de tell-halaf (yacimiento
ubicado en el norte de Siria). Esta cultura se remonta a 8.000 y 7.400 años de
antigüedad y su dominio sería
reemplazado, casi un milenio después, por la cultura hurrita. Este periodo
hurrita duró desde 6.300 hacia el 2.600 años atrás. No me extenderé mucho más
pero algunos intelectuales afirman que el legado hurrita sigue siendo el
elemento más importante de la cultura kurda hasta la actualidad, ya que se
forma la infraestructura de todos los aspectos de la existencia kurda, de su
religión nativa, de su arte, su organización social, la condición de la mujer,
e incluso la forma de su guerra de milicias.
La teoría más aceptada es que los kurdos son los
descendientes de los Medos, un imperio fundado por Deikes en el 701 a.C al
anexionar todas las tribus medas bajo un solo estado. Más tarde, el imperio
Meda, que duró tan sólo 128 años, sería conquistado por Ciro el grande,
fundador del imperio persa aqueménida y que a su vez fue conquistado, en el 332
a.C, por Alejandro Magno.
La situación geográfica de lo que
hoy llamamos Kurdistán dominaba el
camino este-oeste que se conocía en la Edad Media como la Ruta de la seda. Por
tanto, controlaba el comercio entre ambos continentes y su tierra era fértil y
rica en productos agrícolas. Pronto se fundaron muchas nuevas ciudades y
pueblos, entre ellas las que hoy conocemos como Teherán e Isfahán.
Los medos se enfrentaron primero
a los asirios y luego a los aqueménidas, por los que fueron derrotados en el
año 550 a.C. Nazanín Amirian, la autora del libro “Kurdistán: El país
inexistente”, dice que “la primera referencia que se tiene de un término
parecido (a lo que hoy entendemos por los kurdos) es en el libro
Anábasis. En él, su autor Jenofonte narra las aventuras del regreso a Grecia de
lo que había quedado de los 10.000 mercenarios griegos reclutados por Ciro para
luchar contra su hermano Artajerjes II en el 401 a.C. El historiador griego
menciona que en el trayecto de casi cuatro mil kilómetros hasta la casa,
conocieron un pueblo llamado Kardouchoi, que se negaba a obedecer al gobierno
central iraní, e incluso en una ocasión había derrotado a los 120.000 soldados
enviados por uno de los monarcas persas para reprimir su rebelión. De este modo,
los kurdos entraban en la historia con una aureola de coraje y firmeza.”
Sin embargo, no todos los historiadores coinciden en que
los kardouchoi sean los antepasados de los kurdos. Otros piensan que pueden ser
de los kartvélianos, los actuales georgianos, y otros de los Hulubís y los
Gutis de las montañas de Zagros. Imágenes distintas que se contradicen porque
no podemos apreciar el objeto en su conjunto. Más allá de un estudio exhaustivo
de su historia, los kurdos presentan una gran diversidad en sus rasgos físicos, lo que imposibilita
afirmar la existencia de una raza kurda. Además, la falta de colaboración por
parte de los estados en los que vive este pueblo dificulta la investigación,
así como los intereses de los nacionalistas kurdos, deseosos de fabricar una
imagen del pueblo kurdo homogéneo y uniforme, ignorando las influencias que
cada región ha recibido de los países vecinos.
Por tanto, la existencia de un
pueblo no depende tanto de sus rasgos étnicos, sino de la lengua, las
costumbres y un sentimiento de solidaridad presentes en su memoria.
Con la muerte de Alejandro Magno
(356 a.C), la región Kardouen cayó bajo el dominio de Selucos, para pasar a
formar parte, entre los siglos I y II a.C., del estado armenio. En el
transcurso de los siguientes siglos, hasta la conquista árabe-musulmana en el
siglo VII d.C., Kurdistán es el terreno de disputa entre persas, romanos,
armenios y bizantinos.
Durante la Edad Media, los kurdos
disfrutaron de una relativa libertad. En el año 1138, los libros de la Historia
recogen el nombre de un conocidísimo personaje de familia kurda, Saladino,
originario de Dvin. Como muchos kurdos en aquella época, su padre era soldado
al servicio de los gobernantes sirios y mesopotámicos. Tras caer en desgracia y
ser expulsados de la Armenia Mediaval en el año 1139, el padre de Saladino y su
tío, se pusieron al servicio de Zengi, señor de Mosul y Alepo, que había unido
bajo su mando la zona norte de Siria e Irak.
Saladino heredó de su tío el
califato Fatimí de Egipto, que lo disolvió y se proclamó Sultán de Egipto. A la
muerte de Nur al-Din se hizo también con el poder en Siria, al norte hasta
Armenia, al oeste Mosul y el Kurdistán, así como gran parte de los Estados
Cruzados (incluido Jerusalén). El Sultán kurdo, líder del estado más poderoso
de Oriente, fallece en Damasco, uno de lo más grandes héroes del Islam.
También vivió durante aquellos
años el historiador kurdo Ali ibn al-Athir, famoso por escribir La historia completa, un libro islámico clásico compuesto alrededor del
año 1231 y que es conocido como uno de los trabajos histórico-islámico más
importantes.
A partir del auge del Imperio
Otomano en 1299, el Kurdistán fue fragmentado en dos Estados: el otomano y el
persa. En la parte otomana, los feudos kurdos mantuvieron una amplia autonomía
hasta el siglo XIX. Durante este siglo la injerencia otomana en los feudos
kurdos provocó fuertes tensiones con las autoridades que desembocaron en
diversas rebeliones de carácter independentista desde 1806 hasta 1880.
En 1908 se produce la Revolución
de los Jóvenes Turcos, durante la cual se intensificó la persecución de las minorías
kurda, griega y armenia de Turquía. Al final de la Primera Guerra Mundial, en
la que apoyaron a los aliados contra el Imperio Otomano, los kurdos lograron
por medio del Tratado de Sèvres el reconocimiento de la independencia de
Kurdistán. Sin embargo, este acuerdo internacional nunca se ratificó y fue
sustituido por el Tratado de Lausana, que partió el territorio kurdo entre
Turquía, Irák, Irán y Siria.
Conclusiones principales
Después de haber leído el libro
“Los kurdos, Kurdistán: el país inexistente” de Nazanín Amirian rescaté del
libro dos ideas fundamentales para entender por qué se dividió Kurdistán: el
primero, por los intereses geográficos de la zona y la gran cantidad de
petróleo que esconde bajo sus dominios. Irak, Turquía, Siria, Irán y Armenia se
repartieron las tierras de los kurdos y muchos de ellos se vieron obligados al
exilio. En Siria, por ejemplo, la práctica totalidad del petróleo se extrae de la
zona kurda del país. Además, no interesaba que los kurdos se quedaran en las
zonas de donde proceden los principales afluentes de Oriente Medio: el Tigris y
el Eúfrates. Agua y petróleo, las principales riquezas expropiadas a los
kurdos.
Segundo, a lo largo de la
historia la religión ha contribuido a la unión de los pueblos, pero con el coste
de la herencia cultural de las minorías, como es el caso de los kurdos. Un
ejemplo claro lo encontramos personificado en el gran Saladino, que era kurdo,
pero que nunca estuvo interesado en defender sus orígenes porque era ferviente
musulmán y para él prevalecía la umma (la comunidad de creyentes) que el
sentimiento nacional. Además, una minoría kurda practica una religión cuyos
orígenes son preislámicos, con el consiguiente rechazo y persecución por parte
de los musulmanes que esto supone.
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