[Intervención en la charla "La tragedia siria: situación actual y desastre humanitario"]
Como dice el cartel, soy periodista hispano-siria. Como periodista siento gran admiración y respeto por personas como Diego Represa, Antonio Pampliega y tantos otros que arriesgan sus vidas cruzando la frontera para contarnos lo que ocurre en Siria. Son nuestros ojos y la voz de los que no la tienen, son como una prolongación de nuestros sentidos.
Preparando la charla y pensando en el periodismo de guerra, he recordado un libro que he leído recientemente. Se titula "Donde la tierra arde" y narra los últimos días de María Grazia Cutuli, una periodista italiana que muere en Afganistán junto al corresponsal español de El Mundo, Julio Fuentes, en noviembre del 2001. El libro comienza con las palabras del obituario que le dedicó Arturo Pérez-Reverte a su compañero. En una parte escribía que para reporteros como él "[La guerra era] un extraño hogar con reglas precisas, simples, donde el malo es quien te dispara y el bueno es aquél cuya sangre te salpica, y el resto son milongas."
La semana pasada Antonio Pampliega nos contaba que, desde el frente donde ha cubierto la batalla de Alepo, la del Ejército Sirio Libre, apenas había visto combatientes o soldados muertos y que las víctimas son mayoritariamente civiles. Es lo que también nos acaba de contar Diego Represa. "Esa sangre que salpica" quedaba bien reflejada en el vídeo que grabó Antonio donde un reguero rojo salía del hospital Al Shifa tiñendo las calles de Alepo.
Ellos nos han contado su testimonio y yo vengo a contar el mío, mi testimonio como siria más que como periodista. Os hablaré de las campañas de Ayuda Humanitaria que lleva a cabo la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio y os contaré la historia de alguien que ya no tiene voz.
A muchos residentes sirios en España la revolución les sorprendió estudiando, trabajando, pensando quizá en pasar las vacaciones de verano en Siria. A mí la revolución me sorprendió allí, llevaba cinco meses estudiando árabe en Homs, allí tenía y tengo a la familia y tenemos o teníamos una casa. Convivía con una compañera de piso de Hama y solía ir a la universidad Al Baath a clases de árabe tras haber terminado mi carrera en Madrid.
Cuando en enero cae el régimen de Ben Alí en Túnez y de Hosni Mubarak en Egipto, yo observo la reacción de mi entorno, preguntándome cual será la respuesta de los sirios a la "primavera árabe". La tensión empezaba a ser latente y las reacciones eran diversas. Los jóvenes se atrevían a manifestar cierta esperanza de que Bashar acelerara las reformas que llevaba prometiendo desde hace años, pero no se atrevían a desear un cambio de régimen. Los más mayores incluso deseaban que permaneciera el statu quo, querían pasar el resto de la vejez tranquilos.
Pero la mecha prende en Deraa, con las pintadas de unos niños en las paredes de su colegio y se expande como la pólvora por las demás regiones. A Homs llega el 18 de abril. El entierro de varios manifestantes asesinados el día anterior en localidades que rodean la ciudad se convierte en una marcha de protesta desde la mezquita donde se celebra el rito fúnebre hasta el cementerio. Tras enterrarlos se reúnen en la plaza del reloj nuevo, el Tahrir de los homsis, y se establecen allí con la idea de acampar. Hombres y mujeres, mayores y jóvenes, corean "El pueblo quiere la caída del régimen" y "somos pacíficos". Al anochecer, la tragedia. Las fuerzas de seguridad los dispersan a balazos. Algunos son heridos y son trasladados en volandas al hospital. Varios mueren. Aún se desconoce cuántos.
Yo no estuve allí, pero escuché los disparos. No se detuvieron en toda la noche, junto a estremezodores Alahu Akbar gritados por megáfonos que procedían de la plaza y cuyo eco retumbaba por las calles de la ciudad. Varios de los jóvenes que huyeron tras la violenta interrupción llegaron al barrio y comenzaron a gritar. "No durmáis, nos están matando en la plaza". También los gritos eran de rabia: "Zanga, zanga, dar, dar, bedak rasak ia Bashar (Las dos primeras palabras las pronunció Gadafi en su discurso para amedrentar a los libios, las siguientes significan "queremos tu cabeza Bashar") o también "Bashar, traidor, lleva tus soldados al Golán".
Al día siguiente, abandoné mi casa. Ya no era segura. Mis primos, con edades comprendidas entre los 20 y los 30, se reunieron en la casa donde pasé los últimos días en Siria. Uno de ellos, Adnan, no sólo había presenciado todo... también lo había grabado: el entierro, el recorrido hasta el cementerio, la concentración, los gritos, los disparos, la muerte. Yo no me atrevía a proponerlo, pero al final surgió espontáneamente. "Adnan, pásale a Laila los vídeos, para que los distribuya en España". Él me miró y afirmó con la cabeza. Nunca olvidaré aquel gesto. Cuando el USB acabó en mis manos, sentía que tenía algo muy valioso. Lo escondí bien mientras me dirigía al aeropuerto.
Cuando aterricé en España, intenté difundir la matanza. Pero el miedo a las represalias contra mi familia en Siria pesaba más. Las concentraciones frente a la embajada eran peligrosas. Sabíamos que miembros de la embajada nos hacían fotos que luego enviaban a la mujabarat (inteligencia siria). Incluso varios de nosotros fuimos amenazados. Pero el 1 de agosto de aquel año, perdí el miedo. Mi padre me llamó para informarme de que habían asesinado a Adnan. Un francotirador acabó con su vida en el acto. Minutos antes sostenía un cartel frente a una decena de fuerzas de seguridad en la calle del Estadio. Lo mataron porque no supieron cómo defenderse frente a un joven que pedía un cambio en la calle, desarmado y a pecho descubierto: eso era un acto revolucionario contra el que no supieron combatir excepto con la violencia.
Fue un punto de inflexión. Me uní a la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio. Participé en charlas, entrevistas, organizamos campañas de ayuda humanitaria.. y también, escribí artículos donde edité sus vídeos. Tenía que difundir las imágenes por las que dio su vida.
Después de dos años de revolución, de masacres y penurias, de violencia y desesperación, intento mantener vivos los ideales por los que tantas vidas se han perdido. Hay una frase de un libro que acabo de leer, "Los desorientados", de Amin Maalouf, que me ha gustado: "Más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación". Es el lema de los sirios.
Porque dejarse llevar por las circunstancias es lo fácil. Fácil para algunos decir que hay una guerra civil en Siria, haciendo un análisis superfluo de los acontecimientos. Fácil decir que es un conflicto sectario-religioso. Fácil criticar los errores de los rebeldes, magnificarlos y despreciar los cientos de civiles que mueren a diario. Fácil dejarse llevar por el odio, cuando han asesinado a toda tu familia y sientes frío y hambre en un campo de refugiados. Es legítimo, pero fácil.
Es fácil agarrarse a un clavo ardiendo en la desesperación. Fácil dejarse llevar por la ideología que nos interesa, ponerse una venda en los ojos y defender a un tirano. Fácil defender el laicismo desde fuera, fácil decir que los verdaderos héroes son los que defienden la democracia exportada de Occidente mientras miran impasibles cómo mueren bombardeados desde aviones MIG 23 o con misiles Scud.
Lo difícil es seguir manteniendo los principios que inspiraron esta revolución. Difícil mantener vivos a Adnan, a Giath Matar, a Basel Shehade... Difícil explicar por qué empezó y cómo terminará esta revolución que está rodeada de intereses geoestratégicos y de países que quieren abortarla, difícil convencer a ciertos sectores de la oposición que alimentar el odio no es la solución, difícil no rendirse. Difícil mantener la esperanza de que los sirios puedan reconstruir el país que deja en ruinas Bashar Al Asad.
Pero prefiero equivocarme en la esperanza, que acertar en la desesperación.