16 agosto 2015

Sobrevivir a los barriles de la muerte

Isidro Serrano Selva

Un equipo de MSF trata de salvar en Jordania a las víctimas de la guerra en Siria desde un hospital que se encuentra a tan sólo cinco kilómetros de la línea de fuego.


Cuando el silbido te taladra los tímpanos ya es demasiado tarde. Suena como un misil pero en realidad es mucho peor porque no están teledirigidos. El barril explosivo, una de las principales causas de muerte en Siria según la ONU, puede arrasar una manzana de edificios en apenas unos segundos. Normalmente caen dos al mismo tiempo. Son baratos de fabricar, pesan alrededor de 180 kilos y están llenos de explosivos y fragmentos de metal. Son transportados por helicópteros y lanzados al azar desde lo más alto posible para no ser atacados y causar el mayor número de víctimas.

"Más del 70% de los heridos que recibimos sufren lesiones y múltiples heridas a causa de las explosiones", afirmaba Renate Sinke en Julio, coordinadora del programa quirúrgico de emergencia de Médicos sin Fronteras (MSF) en Ramtha. Hasta este hospital jordano son evacuados los heridos de gravedad de la provincia siria de Deraa y hasta allí se trasladó EL MUNDO, situado a tan sólo cinco kilómetros de la frontera siria, en el norte del Reino Hachemita.

En las dos salas de operaciones del hospital, decenas de médicos desafían a la muerte desde su apertura en Septiembre del 2013. Allí no hay espacio para el odio, nadie sabe quiénes son los pacientes o qué hacían: lo único que importa es devanar el fino hilo que los separa del más allá. Algunos se quedan en la ambulancia o en el quirófano, pero muchos otros, milagrosamente, salvan la vida para volver al horror. "No podemos obligarles a quedarse en Jordania. Algunos fueron trasladados inconscientes y se despiertan aquí. Por eso alrededor de la mitad de los pacientes que sobreviven deciden volver a Siria", explica la doctora jordana Mayed AlAduan, que lleva medio año trabajando para MSF.

Volver al horror

Allí conocimos a Yunes, de 22 años. Las huellas de metralla en su cara dicen todo lo que no le permite su voz. Tiene la mitad del rostro cosido como un muñeco de trapo y tan sólo se asoma uno de sus ojos color miel. Apenas escucha con claridad las preguntas. Tiene las manos vendadas y el resto de su maltratado cuerpo oculto bajo la sábana. Catorce es su nuevo número de la suerte: son las veces que ha sido herido desde que comenzó el conflicto en Marzo del 2011. Lleva cuatro días en el hospital y los médicos no descartan volver a verlo tras darle el alta. "Algunos pacientes reaparecen en el hospital meses después de haberlos operado", reconoce una de las doctoras.

"Antes de la guerra, trabajaba en una empresa que vendía material médico en Damasco. Soñaba con tener una vida normal, casarme y vivir en paz en mi país. Pero en cuanto empezó todo me volví a Deraa", relata Yunes, el paciente que dice haber sido intervenido 14 veces y que recibió a EL MUNDO tumbado en una de las 40 camas que dispone MSF. Prefiere no decir mucho más. Sólo piensa que, pese a lo sufrido o precisamente para mantener viva la esperanza, la situación mejorará. No duda en declarar que volverá a Siria en cuanto se recupere. "Sé que habrá una decimoquinta vez".

Aisha, de 36 años, no está tan segura del futuro de Siria mientras se permita maniobrar a los aviones y helicópteros. Esta mujer de ojos celestes es madre de seis hijos y apenas lleva 5 días en el hospital. Pide que no se le fotografíe el rosto por miedo a que las autoridades sirias la reconozcan. Asegura que un barril explosivo destrozó sus piernas. No piensa en otra cosa que en regresar. "El más pequeño de mis hijos tiene un año y cada vez que hablo con él por teléfono no hace más que repetir: mamá, mamá. Volveré con mis hijos porque son mis hijos y volveré a Siria porque es mi país", dice con voz muy dulce pero firme.

El hospital de MSF se encuentra alojado en un edificio propiedad del Ministerio de Sanidad jordano. Las salas de operaciones y el equipo médico son compartidos por el personal sanitario de ambas entidades. Pacientes jordanos comparten espacio con víctimas de guerra. La mayoría de los pacientes adultos regresan a sus hogares. No desean permanecer en Jordania mientras sus familiares corren peligro en Siria. En cambio, los niños que fueron evacuados junto a sus progenitores tienen la oportunidad de rehacer sus vidas en Jordania.

Un traslado peligroso

La seguridad de saberse a salvo en territorio jordano no libra a los pacientes del ruido de las bombas. Las oyen caer y explotar a cinco kilómetros de allí. Entonces saben que llegarán más heridos. Se activa el mecanismo de evacuación en el instante en que los médicos locales deciden in situ que las lesiones sufridas son de tal gravedad que no pueden ser tratadas en territorio sirio. Los ataques indiscriminados hacen imposible el equipamiento quirúrgico adecuado.

El tiempo es fundamental pero el camino está plagado de checkpoints. Los coches, conducidos exclusivamente por locales -no hay personal de MSF en Deraa-, deben cruzar las áreas controladas tanto por el Ejército Sirio como por sus oponentes. "Después de tantos años, se ha conseguido un acuerdo de libre circulación de las víctimas más graves" recalca Anais, responsable del departamento de Asuntos Humanitarios de MSF, señalando un mapa del país.

Una vez cruzan la frontera de Tal-Shihab, al suroeste de Siria, son recibidos y tratados inmediatamente por la Defensa Civil Jordana. La gravedad de las heridas apremia y no hay tiempo para identificaciones. Los evacuados entran en Jordania bajo un estatuto especial y deberán registrarse como refugiados una vez se hayan recuperado y deseen permanecer en el país.

Si el cuadro clínico es muy complicado, son trasladados en ambulancia hasta el hospital de MSF en Ramtha. "Los pacientes sufren politraumatismos, siendo muy complicadas de tratar las heridas en cabeza y abdomen", explica la doctora Mayd AlAduan. "Sabemos que son barriles bomba por el tipo de lesiones y las marcas de metralla en el rostro y extremidades", revela. Según MSF, el 15-20% de los pacientes sirios que llegan al hospital son niños.

La resolución que no se cumple

Durante el mes de julio Médicos sin Fronteras ha visto un incremento en el número de pacientes víctimas de los barriles explosivos utilizados en la provincia de Deraa. La principal causa de la elevada cifra de muertos en lo que va de conflicto es debido a los ataques deliberados contra zonas residenciales, incluidos los bombardeos indiscriminados y desproporcionados, según declaraba el pasado 23 de junio Paulo Pinheiro, presidente de la Comisión Internacional Independiente sobre Siria.

Para evitar los embistes que se están cebando con la población civil, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó en febrero del 2014 la Resolución 2139 por la que se exigía el cese de los asedios en áreas pobladas, incluido el fin del lanzamiento de barriles de dinamita contra la población civil. Lejos de cumplirse dichas demandas, el lanzamiento de barriles se ha incrementado desde la aprobación de la medida según Human Rights Watch. No existen acciones legales contra los incumplidores porque no se recogieron en dicha Resolución

El riesgo de entrar en Siria por el caos que asola el país hace imposible el trabajo de miembros de organizaciones no gubernamentales que podrían paliar sobre el terreno el sufrimiento humano, así como impide el acceso a periodistas extranjeros que podrían documentar y dar voz a sus víctimas. Ante la incapacidad de la Comunidad Internacional de hacer cumplir su propia resolución, los barriles explosivos seguirán siendo una de las armas más mortíferas en el conflicto sirio.

15 agosto 2015

[Pictures] Taekwondo in Zaatari refugee camp

In Jordan’s largest refugee camp, a Korean NGO has set up a taekwondo academy to help boost Syrian children’s strength and self-esteem. Pictures by Javi Julio.



Check out the full article here.

30 julio 2015

[VIDEO] Taekwondo heals children of Zaatari

Mohamed Al Barakat is a taekwondo teacher at a Zaatari refugee camp where more than half of its 90,000 inhabitants are children.


It was broadcast live on MSNBC.

Watch the full video here.

22 junio 2015

Día Mundial del refugiado: la historia de Al Barakat

Javi Julio / Nervio Foto
Mohamed Al Barakat llegó hace dos años con su mujer y sus cuatros hijos al campamento de Zaatari, en la frontera jordana y a tan sólo 10 kilómetros de su país, Siria. Atrás dejaba un panorama desolador: todo lo que conocía se lo había tragado la guerra. En su nuevo hogar, un habitáculo de chapa, olvidó cómo pronunciar las palabras antes o volver. Para este ex conductor de camiones su presente era el campo y encontró una manera de dar la vuelta a su destino: enseñar taekwondo a una generación de niños marcados por la violencia.


Texto: Laila Muharram y Daniel Rivas Pacheco

Fotos y vídeo: Javi Julio

Para ver el texto completo, pulsa aquí.

22 abril 2015

'Al Asad odia a los médicos porque ayudamos a la gente'

En una clínica psicológica de Amán, el doctor Shafik Amer intenta sanar los traumas de los niños sirios. Su objetivo es que entierren en la memoria el dolor causado por el régimen.

Javi Julio / Nervio Foto


Para ver el texto completo, pulsa aquí.

Escrito por Daniel Rivas Pacheco y Laila Muharram, con fotos de Javi Julio / Nervio Foto


16 abril 2015

El refugio de la risa

Jóvenes sirios entre 14 y 25 años aprenden ejercicios acrobáticos en el campamento de refugiados de Zaatari. Un intento por recuperar su autoestima.


Javi Julio / Nervio Foto

Para leer el texto pulsa aquí


Escrito por Daniel Rivas Pacheco y Laila Muharram, con fotos de Javi Julio / Nervio Foto


01 marzo 2015

El taekwondo de la resistencia

Entre el barro y las chabolas del campo de refugiados de Zaatari, en Jordania, decenas de niños sirios practican taekwondo para canalizar su rabia. El proyecto gestionado por una ONG coreana quiere formar a los líderes del futuro gracias a la disciplina y el respeto. Gracias a este arte marcial, los chicos y las chicas están apaciguando el dolor por la guerra en su país.

Javi Julio / Nervio foto


Texto de Laila Muharram Rey y Daniel Rivas Pacheco
Fotografías de Javi Julio / Nervio foto

El blanco simboliza la inocencia. Abdel Malek, de cinco años, se une al coro de niños que cantan letras revolucionarias mientras son trasladados en pickup de un extremo al otro del campamento de refugiados de Zaatari, en Jordania, a solo 10 kilómetros de la frontera con Siria. La mayoría son de Daraa, una de las ciudades donde la represión contra los manifestantes fue más salvaje. Otros han huido de Deir ez Zor o de Homs.

Visten un kimono blanco que usan cuatro veces a la semana y en donde están grabados las huellas del duro entrenamiento: alguno está descosido, otros, tan arrugados como higos y en la mayoría hay motas de color marrón del barro que lo baña todo. Pero son los cinturones los que más resaltan cuando la furgoneta se detiene frente a un pista de futbol encharcada: por ahí salen niños de blanco con cintas alrededor de las caderas: blanca, amarilla, verde, azul y roja.

“Venga, vete ya Bashar”, “mejor morir que vivir arrodillado”. Los chavales gritan y dan palmas mientras son trasladados por las calles del colosal levantamiento que alberga a unos 80.000 refugiados. Mujeres cargadas con bebés en los brazos o niños que van al colegio los ven pasar: los adultos miran con la cara mustia pero los críos aún sonríen con complicidad. Niños de Daraa empezaron la sublevación social contra el régimen de Bashar al Asad en marzo del 2011. Ellos fueron los que pintaron en el muro de un colegio “el pueblo quiere la caída del régimen”. Ellos prendieron la mecha. Ellos sufrieron la primera represión. Ahora estos niños practican taekwondo en la academia del doctor Lee en Zaatari. Son blancos: inocentes.

Un coreano entre árabes

El amarillo simboliza la semilla. El doctor Lee Chul Soo es el responsable de la escuela, fundada a principios del 2013. Este surcoreano enamorado de Oriente Próximo lleva trabajando en la zona desde hace una década. En 2008 se encontraba en Gaza durante la operación del Ejército Israelí Plomo fundido. Aunque casi todos los extranjeros se marcharon al comienzo del ataque, Lee le dijo por teléfono a su mujer que se quedaría como escudo humano para proteger a los palestinos. Ella decidió que, si iba a perder a su marido, lo haría a su lado. Meses después fueron expulsados de los territorios palestinos y tienen prohibido el acceso a la franja durante 5 años.

Javi Julio / Nervio foto
Javi Julio / Nervio foto
Javi Julio / Nervio foto


Mientras esperaban para regresar, Lee pasó a ser el representante de la asociación Korean food for the hungry international en Jordania y visitó el campo de Zaatari. Al volver a Seúl días después no pudo dormir pensando en los niños que había visto. Por eso, deshizo el camino y apareció otra vez allí: firmó el contrato para comenzar el proyecto de este arte marcial transformado en deporte olímpico en 1988.

“Yo nunca tuve relación con el taekwondo, solo pensé que sería una buena idea inculcar valores a los niños a través de él”, relata Lee mientras les observa bajar de la furgoneta y entrar corriendo en el hangar que sirve de academia. Su proyecto se construye en el límite urbano del campo, al final de la calle comercial que los refugiados bautizaron Campos Elíseos, como si fuese una aspiración. El terreno de los coreanos tiene también un pequeño huerto que los alumnos ayudan a cultivar. Cuando culmine el proyecto, otro hangar alojará una escuela de estudios superiores, una cafetería y unos baños. El agua que caiga de los grifos se utilizará para regar las plantas del invernadero.

En la puerta, un profesor regaña a los chicos: “Quitaros las zapatillas”. Las sandalias grises con ronchas de barro se amontonan sobre el frío suelo de cemento, algunas quedan colgando entre la pared y la viga de metal que sostiene la estructura. La semilla crece con los pies desnudos.

El verde simboliza el renacimiento. Los niños se dividen por colores. A la izquierda, los que están empezando. No llevan kimono, pero algunos ya tienen el cinturón blanco colgando por encima de la ropa. Dos estudiantes con banda roja se colocan en frente y serán sus tutores durante el entrenamiento. A la derecha, los alumnos aventajados, los que han recibido la vestimenta federada del WTF (World Taekwondo Federation) y los cinturones, que representan los grados de conocimiento. Abdel Malek se coloca en primera fila. Tiene un kimono impoluto con la palabra Ktigers escrita a la espalda y aunque viste cinturón blanco, repite de memoria todos los movimientos de los más avanzados. Es uno de los predilectos de los profesores. Y sobre todo de Mohamed, su padre, que trabaja como entrenador.

El maestro Sejong Lee empieza el calentamiento. El profesor surcoreano llegó al campo hace 4 meses. Por esas fechas, planeaba mudarse a Singapur donde le habían ofrecido un puesto de trabajo muy bien remunerado para enseñar este deporte. Con el billete comprado y las maletas preparadas, un día antes de partir conoció en Seúl al doctor Lee y su vida dió un giro de 180 grados. “Me dijo que sería un trabajo voluntario, sin salario, pero que unos niños me necesitaban. Acepté de inmediato”, cuenta Sejong. “No me arrepiento. Aquí tengo una familia”, reconoce sonriendo.

La filosofía: formar futuros líderes


El azul simboliza el cielo. Los alumnos con cinturón rojo realizan saltos imposibles en una demostración de habilidades a los nuevos, que se han sentado en círculo en torno a ellos y miran expectantes. El maestro Sejong y los tutores sirios les ayudan a ponerse los petos para protegerse el pecho y los cascos. Les explican las normas, a veces con algo de rudeza. Mohamed, padre de Abdel Malek, se defiende: “Ellos saben que lo hago con amor, no quiero que ninguno fracase”, y muestra sonriente sus dientes blancos.

“Aunque los veas dar patadas y lanzar puños al aire, les enseñamos este arte marcial para fortalecerlos mental y físicamente, no para pelear. Es un deporte de defensa”, señala el doctor Lee mientras los tutores sirios atan los protectores de pecho a la espalda y colocan los cascos en la cabeza a los niños. “Mi idea es formar a futuros líderes, transformar la violencia que ha ejercido el conflicto en sus infancias, canalizar la rabia en algo positivo. Y ya hay resultados: los niños que llevan dos años son más disciplinados y han recuperado la autoestima”, afirma Lee con una sonrisa.

La influencia de la filosofía del taekwondo es notable en las actividades de los pequeños. “No comeré si no he querido trabajar”, “trabajo cuatro horas y solo como una ración” son lemas que deben memorizar y que inciden especialmente en el rendimiento y la eficacia, algo muy característico de Corea del Sur. Allí la educación es considerada crucial para el éxito y en ella el país invierte casi el 5% de su Producto interior bruto. “Aunque allí la competencia entre los alumnos es muy grande y la presión es durísima”, afirma David Jaehun Choi, el surcoreano que coordina el Korea refugee project, otra asociación involucrada en la escuela de taekwondo. Jaehun ha conseguido que empresas surcoreanas que trabajan en Jordania donen los aparatos tecnológicos, como impresoras, y logísticos, como sillas y mesas, que los voluntarios utilizan diariamente en el campo base, a la entrada de Zaatari.

La cortesía y el autocontrol también están muy presentes durante los ejercicios. A los maestros hay que saludarlos con la reverencia correspondiente, inclinando mucho el cuerpo hacia abajo en señal de respeto. Y las patadas, también llamadas chagui, así como otras técnicas de golpes, bloqueos, posiciones o defensa personal, están enfocadas al autocontrol. Nada de lo aprendido debe ser utilizado para golpear a un compañero. Esta y otras normas están recogidas en Reglamentos y leyes para el espíritu deportivo durante el entrenamiento, un conjunto de 18 puntos que repiten todos los días antes de entrenar.

Su futuro está en Zaatari

El rojo simboliza la pasión y es el color del cinturón que llevan los estudiantes que han alcanzado el dominio de técnicas antes de llegar al negro. Ambos colores forman parte del característico símbolo de las cinco anillas de los Juegos Olímpicos. Un sueño que parece ambicioso y lejano para unos niños que viven en un campamento de refugiados, pero varios responsables del proyecto han empezado a formalizar las actividades deportivas y equipar a los estudiantes con material federado -y con maestros reconocidos- para eliminar cualquier obstáculo que impidiera convertirlo en realidad.


“Aún es pronto para hablar de Juegos Olímpicos. De momento vamos a empezar a competir con jordanos que practican taekwondo en Amán”, comenta Jaehun, el coordinador de Korea refugee project. Los niños que empiezan a abrirse camino hacia la madurez son conscientes de la expectación que genera el deporte no solo en el campo de refugiados, sino también a los visitantes que se quedan impresionados cuando los ven ejercitarse como auténticos profesionales.

“Cuando vuelva a Siria, quiero ser profesor de taekwondo”, comenta uno de los alumnos más aventajados, uno de los que día tras día va a entrenar. Pero hay otros niños menos afortunados que tienen que ayudar a la familia transportando las carretillas hacia el mercado y faltan a las clases entre semana. Y hay otros chavales que no vuelven porque sus familias han decidido regresar a Siria. “A veces tengo que ir personalmente a hablar con ellos para que cambien de opinión. Les pido que no regresen porque aquí están seguros y los niños van a la escuela”, comenta Lee. Algunos de los profesores, como Mohamed, permanecerán en Zaatari gracias a los proyectos del campo que garantizan sanidad y educación a todos sus habitantes.

El pequeño Abdel Malek se quita y dobla cuidadosamente su kimono, atando su cinturón en torno a él para llevarlo colgando a casa, tal y como le ha enseñado su maestro. “Hasta mañana Sejong”, le dice mientras se sube en la camioneta. Su padre Mohamed le da unas galletas de chocolate. Mira a su hijo con devoción. De repente, una de las galletas se cae encima de la plataforma de carga donde está subido, sucia de las pisadas de otros niños del campo que son transportados como él hasta el recinto. En vez de darle una patada hacia fuera, la coge delicadamente, se la lleva a la frente, luego la besa y se la come. Es la resistencia, incluso en un campamento de refugiados, a perder su condición humana.

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Publicado en Zazpika, el dominical de Gara, el domingo 01 de Marzo del 2015

11 enero 2015

Sobre Charlie Hebdo, Siria y la libertad


Querido primo,

No he podido olvidar la última vez que nos vimos. Fue en la casa de los conspiradores, cuando esa palabra, mundas, todavía representaba una revolución palpitante, llena de vida, que hoy está sepultada por bloques de hielo. Aquel día te encontré allí, en la casa de Samhar, cuando aún vivía, y sentados en el patio enseñabas los vídeos que habías grabado el día anterior al resto de la familia. Eran mediados de abril y la primavera empezaba a crecer sobre la tierra aunque se acercara para nosostros un largo invierno. Allí estabas tú y los demás, sentados en el patio interior, al aire libre, sin esconderse, enviando aquellas imágenes a los canales por satélite, para que el mundo viera los primeros muertos de la represión del régimen.

No he podido olvidar esas imágenes porque representan todo por lo que después hemos pasado. El 18 de abril del 2011 una gran multitud se congregó en una mezquita de Homs para canalizar la ira causada por el asesinato de dos jóvenes. Tu estabas allí. Desde que los cuerpos sin vida salieron por la puerta hasta que los llevaron al cementerio, mientras pedían a gritos justicia y acabaron en la plaza del Reloj Nuevo. Eran centenares, hombres y mujeres. Hacía calor y los jóvenes se tiraban unos a otros agua, festejando que por fin terminara el miedo, exigiendo por fín una libertad que nunca antes habían experimentado, que ahora reclamaban con el ímpetu de generaciones silenciadas. Era comprensible el júbilo. Tú grabaste sonrisas, palmas, gritos, himnos de que el pueblo permanecería unido, promesas de que las protestas serían pacíficas. En aquel ambiente era fácil creer lo imposible.

Luego llegó la noche, la oscuridad, donde se pueden cometer atrocidades. Donde la impunidad puede arrollar los espíritus más fuertes, como el tuyo. Aunque no estabas dispuesto a entregarte fácilmente. Te quedaste cuando todos te pedimos que no lo hicieras. Te quedaste para grabar el horror, ese del que acabamos acostumbrándonos. Quizá lo hiciste para no acostumbrarte, porque no podías soportar la idea de que la violencia en Siria siempre había sido Ley, y lo seguiría siendo. Te quedaste cuando comenzaron a llover balas, bailando sobre vuestras cabezas, en su juego macabro por quitaros la vida. No querían testigos del deseo de libertad de un pueblo. Y eso implicaba matar a muchos.

Te quedaste y las balas jugaron a incrustarse en las paredes de Homs. Tú grabaste sus huellas, también los agujeros de la metralla en los cuerpos de jóvenes como tú, ensangrentados, que eran transportados por otros hacia un hospital, de esos pocos que eran seguros. Allí te enfrentaste por primera vez con la muerte y ella te vió y no te olvidó. Nunca sabré si sabías que la muerte te andaba buscando y si, en algún instante de los meses que te quedaban de vida, tomaste La Decisión. Esa que cuando uno toma ya no hay vuelta atrás. Esa decisión al que uno siempre se enfrenta al menos una vez en la vida y determina la existencia. Y creo que sí, porque desde entonces grabaste muchas más concentraciones. Te imagino en la cama aquella noche del 19 de abril, intentando dormir, dando vueltas, porque ya sabías que el compromiso tenía un alto precio. Y lo asumiste.

Así, como aquel día, la revolución que ciudadanos como tú empezasteis, se convirtió en tragedia. Durante estos cuatro años, todo lo peor que podría ocurrir, como tu muerte, se hizo realidad. El infierno y la pesadilla se instalaron a vivir entre nosotros. Todas las líneas rojas que se impusieron al régimen fueron violadas, todas las reuniones para instaurar soluciones políticas fueron saboteadas, todas las promesas de ayuda a los civiles incumplidas, todos los actos más macabros que jamás habíamos podido imaginar se cumplieron: los sirios murieron torturados, por armas químicas, de frío, de hambre, de miseria. Cuatro años después, un tiro en la cabeza como el que tú recibiste, parece hasta misericordioso comparado con la deshumanización, la guerra, la sangre fría, el abandono del mundo entero que ignoró nuestras demandas y olvidó nuestro sufrimiento.

Pero yo no te he olvidado. Y ahora, cuando piden, no piden, exigen, que los musulmanes del mundo árabe salgan a la calle en repulsa por el asesinato de los 12 periodistas del Charlie Hebdo -deleznable y repulsivo donde los haya-, y cuando les oigo decir que el Islam tiene un problema con la civilización occidental, y cuando se les llena la boca de una supuesta superioridad moral, yo me acuerdo de ti y me pregunto si alguno, uno sólo, hubiera sido capaz de hacer lo que tú, y muchos como tú, hicisteis en Siria por defender la libertad.

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